Mocosa andaba la nía Llorona. La pobre padecía de una terrible alergia que la hacía moquear a toda hora. Los chiquillos la molestaban siempre que la veían.
Mas, en las profundidades de su alma, la Llorona tenía una pena profunda... valga la redundancia. Era tal su profundidad, que se veía bañándose en ella. Alzaba los brazos como si estuviera dándose guacalazos y restregándose la cara. La gente huía al verla.
Aunque lo cierto es que en su cabeza, la Llorona se sentía dentro del río dónde un día la tragedia había sucedido y sus hijos habían desaparecido.