Cuando se corrió la voz de que la habían hallado todos sentimos un gran alivio. El accidente trajo tanta zozobra que lo único que creíamos que nos podía dar consuelo eran las respuestas que los deudos exigíamos, como mínimo, ante el silencio, la indiferencia y hasta la ineptitud en el rescate de las víctimas.
Nuestras familias habían empezado mal. Los padres nos habíamos portado como unos auténticos cretinos.
Pero nuestros hijos fueron quienes nos dieron una lección de madurez que asumimos humildes.
Ahora, el dolor era compartido.
Y las respuestas estaban en la caja negra del avión donde habían perecido