Las paredes de la habitación estaban ahumadas y la pestilencia era otro muro entre los que convivían y compartían celda y barrotes.
Los latigazos iban y venían dentro de ellos, mientras su amo y señor les hacía esperar hasta doblegar esa resistencia que en lo más profundo de sus entrañas latía moribunda y esperanzadora.
Las uñas arañaban el mugroso suelo, mientras la mano el brazo y el resto del cuerpo temblaba y se retorcía y gemía por clemencia.El amo y señor los veía y sonreía desde su reino.
La ración llegaría cuando la voluntad cediera.