Las calles afianzan su vacío interior.
Los ruidos están mudos.
El viento detenido.
La luz del día, oscura.
Arrastrando los pies, camina hacia donde lo lleven.
El rumbo es incierto.
Nadie lo espera; nadie lo extraña.
La pesada soledad lo arrincona, lo engulle, lo tritura y digiere.
Las sombras lo rozan, absorben su espacio, se desplazan a su alrededor.
Por fin llega a su casa.
El frasco está a la vista; su mano se resiste, su mente le niega la voluntad de ayudarse.
El vaso con agua le guiña.
Agarra la píldora y la traga.
Solo queda esperar su efecto.