D e s ayuno

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Rechinó los dientes cuando él entró.
El dulce café ahora le supo amargo; la mermelada en la tostada a hiel.
La calidez del sol que hacía un momento la reconfortaba, ahora hería todo su cuerpo, devolviéndola a la realidad.
Su voz al oído le erizó la columna; su aliento le provocó arcadas.
El olor que emanaba era nauseabundo, entre tabaco, alcohol, hierba, sudor y podredumbre.
Deseó que el hombre la dejase sola de nuevo.
Solo así lograba evadir la realidad.
Pero sabía que él seguiría torturándola día a día hasta que su cuerpo ya no diera para más

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