Las chiquillas estaban encantadas con el pequeño Julián.
No les permitían jugar con él porque aún era pequeño, decía la mamá.
Pero el desorden de sus habitaciones la había obligado a ceder y dejar a Julián con ellas un ratito.
Ahora, que habían creado pequeñas galletas para el té, se dispusieron a hacer un biberón para Julián.
Era de color amarillo, ese que hace que los niños no le quiten la vista de encima.
Cuando invitaron a la madre a que tomara té con ellas como premio por ordenar sus habitaciones, se percataron que el biberón se lo había bebido Julián, literalmente.