La esculturA

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Rodeado de gente embelesada por la escultura y oyendo sobre sus magníficas curvas, suaves pliegues y su profunda mirada que me sigue sin parpadear, espero  mi cita a ciegas.
Todos la comentan como una obra sin igual.
Yo, sin embargo, sigo parado estoico frente a ella esperando y temiendo haber sido ya descubierto y dejado plantado. Vestido ridículamente de kaibil con boina verde, tampoco ayuda.
¿Cuántos  cómo yo habrán en esta ciudad para que tenga que ponerme esta mugre de vestimenta?, me pregunto.
De pronto, la veo y me emociono.
Viene vestida de verde olivo.
Creo que me he enamorado.

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