Cuando creció nuestro hijo y la bici ya le quedaba pequeña, decidimos venderla al mejor postor.
Siendo él tan cuidadoso, la había tratado como a un hijo, bueno, en este caso, como a una adorada mascota.
Estábamos sentados terminando de cenar cuando empezamos a discutir cuánto podíamos pedir por ella; no recordábamos cuánto nos había costado.
Mi hijo nos veía como quien ve un partido de tenis, hasta que me puso su manita en la mía para llamar mi atención y me dice: Mamá, tú y papá no pueden saber cuánto cuesta esta bici porque fue Santa quien me la dió.Caso de la vida real...