Cuando Toosa volvía encontró al pequeño Polifemo llorando en los escalones de su casa.
Se detuvo y meditó qué podría decirle de distinto a su hijo de todo lo que a diario le decía.
Poseidón, impotente, creía que Polifemo debía salir solo de esta.
Por ser hijo único le habían protegido demasiado y, ahora comprendía el error de padres primerizos.
Pero la madre encontró la solución.
Al día siguiente, el rostro de Polifemo irradiaba felicidad cuando le contó que ahora en la escuela todos lo veían igual que al resto de los mortales.
Toosa le había dibujado un segundo ojo.