Después de un calurosísimo día de cacería, los dos hombres regresaron al campamento.
La suculenta cena preparada al estilo de los lugareños, estofado de jabalí, bajo un cielo constelado eran el maná.
La frustración dio paso al apetito y a los planes para la suculenta presea del día siguiente.
Se levantaron antes del amanecer sabidos que la presa se mueve constantemente por la noche y por el extenso radio para ubicarlo.
Pero no contaban con su humor.
Sin la luz del alba caminaron hacia el punto de la atalaya dónde encontraron únicamente los rastros de su paso nocturno: sus excrementos.