Es el primero en dar la bienvenida al día, y el último en decirle adiós.
En respirar la pureza del aire y deleitarse con el silencioso viento.
Llorar si las estrellas caen a su alrededor, añorar su luz si una fugaz huye de las demás.
El anacoreta escudriña la inmensidad del horizonte como quien busca en un mapa el camino a la existencia, donde el río de montañas simulan venas que llevan su savia, y que esconden impurezas que lavan con vilezas de las que él huye y se oculta, blandiendo pensamientos afilados contra la realidad de la que escapa