El escritor frente a una hoja en blanco se veía escribiendo sin parar la novela que aún no había empezado.
Ese truco lo practicaba desde hacía mucho para estimular la imaginación.
El teléfono sonó estridente. El escritor se sobresaltó. Ahí estaba. Nunca fallaba.
Empezó, entonces, a escribir sobre las palabras que se decían por teléfono: los murmullos amorosos, los gritos de desesperación, la respuesta indiferente ante la explicación exigida. El niño lloroso al oír a su padre lejano. El anciano pidiendo que repitieran lo que habían dicho...El escritor terminó el libro. Lo llamó: Las voces.