El silencio era liviano como los copos de nieve que caían formando pequeños bultos en las aceras que los transeúntes barrían al pasar cabizbajos, ensimismados, cada uno con sus filias y fobias, sin percatarse que el invierno ya estaba encima de ellos, porque no veían la diferencia entre el día anterior y este que los impelía a apresurarse sin ni siquiera disfrutar de las figuras que ese viento formaba en el aire, suspendidas, caprichosas y jocosas, que danzaban juguetonas a su alrededor buscando retraerlos a sus infancias olvidadas donde la única preocupación era cómo lograr el mejor muñeco de nieve.