No quise admitirlo. Era suficiente que me molestaran por no gustarme el fut como para añadir mi miedo a la oscuridad.
Lo que para mi padre era ser hombre: no llorar, no perder, no temer a la oscuridad.
Para mi madre era: ser más humano, más viril, más Yo.
Envalentonado, acompañé a mis amigos a La Cueva. Pero no pudieron ni con las sombras ni con los lamentos de sus entrañas. Y, mientras salían trastabillando, doblándose tobillos, muñecas de las manos, hasta los dientes se dejaron, yo salí ileso de esa aventura.
Fui más Yo, y menos, mucho menos Ellos!