A esa hora solo quedaba el nervioso futuro papá que aplanaba los pasillos solitarios e insípidos.
Las escasas enfermeras ni cruzaban la vista con él, lo que tampoco ayudaba.
Un médico salió de una sala pero no supo darle información sobre el estado de su esposa.
El hombre se estrujaba las manos sudorosas como si él fuera el parturiento.
Al cabo de lo que sintió una eternidad le llegó a través de los pasillos como el cause desbordado de un río el llanto anhelado de una criatura.
Con lágrimas de alivio el hombre encendió su puro y las alarmas sonaron.