La casa en llamas cerraba el circulo vicioso que nos había unido por tantos años.
Demasiado que arrastrar, demasiado de que arrepentirnos.
Los vidrios explotaron por la fuerza del calor abrasador que se alimentaba del viento huracanado del este.
Sin la presencia de los bomberos, nadie evitó que el fuego la engullera. No solo yo estaba harta. Todos los vecinos nos odiaban por lo que éramos. Hoy sentían que por fin se deshacían de nosotros; y yo de ellos. De los que habían quedado dentro de la casa junto con la hoja a la que me habían tenido encadenada.