El chico siguió al hombre.
No debía ir solo detrás de él pero no era consciente del peligro.
En su mente solo tenía el rostro del que se adueñaba de los recursos que ganaba el anciano diariamente.
Lo vio cruzar la calle e hizo lo mismo.
Lo vio entrar al callejón y lo siguió.
El hombre entró en un cuchitril, se sentó en su destartalado sillón y suspiró.
Cerró los ojos y al abrirlos lo vio.
Era el patojo ese, que de la noche a la mañana se había crecido.
Se rindió ante su robustez y le devolvió su botín.