Silencio

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Solo se escuchaba el crepitar de las velas encendidas en la penumbra de la iglesia.
Sobre el piso, frente al altar, un mosaico de colores daba vida al ambiente embriagado de tristeza donde los deudos abrazados, sorbían las lágrimas que caían perennes.
Sobrecogido por el dolor que se palpaba, el sacerdote contenía las palabras de rigor que no abarcaban la magnificencia del difunto y que, como si de un dios se tratara, su muerte había traspasado fronteras invisibles de dogmas, para reunir a cuántos  habían sido tocados por esa generosidad y que anhelaban darle el adiós en el último umbral.

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