Con la tenue luz del farol se podía ver al hombre que deleitaba a los transeúntes.
Unos se hacían a un lado. Otros, en cambio, se detenían admirados e incrédulos de escuchar la mágica voz del escuálido hombre que se encontraba en el centro de la luz. Sin embargo, cuando su voz iba decreciendo daba unos pasos en la penumbra, dando un efecto dramático a su interpretación.
Cuando el hombre se calló, todos pensaron que había terminado, pero solo había tomado una bocanada de aire para el último crescendo que le valió todo el dinero con que llenó su sombrero.