Termino el libro y lo cierro. Me lo sé de memoria. Fue mi primera novela. Mi hijo esperado. Al que dediqué muchos días y noches. Tantas, que estaba solo cuando por fin lo acabé.
¿Valió la pena tal entrega?
Sentir la soledad, esa que pesa por ser impuesta, me respondo que no; no valió la pena dejar de amar, compartir, reír, soñar y construir con mis seres queridos los castillos en los que viviríamos si tan solo los hubiera preferido a ellos en vez de a mi libro.
El libro que aún amo, pero que me quitó la compañía que añoro.