Cuando la bola empieza a girar todos los jugadores retienen la respiración.
El único sonido proviene de la bola que giraba sobre sí sin detenerse en el siete negro al que he apostado todos los ahorros para el enganche de la casa. Los saqué esta mañana sin consultar con mi esposa. ¿Para qué? Me habría dicho que no, seguro.
Como en cámara lenta una gota de sudor se desliza sobre mi sien y se estrella sobre mi mano, la oigo claramente.
La bola va más despacio. Se detiene por fin.
Todos exhalan excepto yo.
He ganado y aún no respiro.