Cada mañana Yanis me recibe con una alegría contagiosa. Va de uno a otro saludando y recibiendo una palmada en su cabeza. Nos devuelve ese gesto con un lametón en la mano.
Una alarma nos precipita a nuestra panel. Yanis sube raudo en la parte trasera.
Partimos a la dirección que nos han enviado.
El bosque nos recibe anuente a que hurguemos.
Después de colocarle la correa, Yanis sale tras el olor que ha detectado.
Mi brazo no logra contenerlo.
Sé que la víctima ya no está viva.
El olor que Yanis busca es el de su muerte.