El 2 de abril de 1840 habría pasado desapercibido para el hombre de a pie, si no fuera porque el rumor de que habría fusilamiento se dispersó por toda la ciudad. Después de los disturbios que buscaron formar un estado liberal, el gobierno no quiso arriesgarse a otro conato de insurrección. Por ello y de mano del poder del ejército, fusiló al Alcalde y a todo su Concejo Municipal, cortando de tajo cualquier tentantiva por parte de quienes los habían apoyado en la sombra.
Su sangre en la piedra donde los aniquilaron se puede oler aún como la huella de los mártires.