El salón rebosaba de seguidores, artistas del momento, estrellas de la música y personajes VIP.
Conversaban tonterías que solo ellos escuchaban mientras se dejan fotografiar por los periodistas que suplicaban por una sonrisa o una pose.
Tras bambalinas, el nerviosismo deambulaba entre las escuálidas chicas con rostro pétreo, las que daban los últimos retoques y el gurú Alessandro Squarzi, que con un dedo índice alzado, daba las instrucciones asumiendo que sus empleadas entendían lo que quería.
Se hizo el silencio, el escenario se incendió con luces diamantinas que enriquecían las piezas que se modelaban y el Milano Fashion Week empezó.