Nubarrón

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¡Aguas!, gritaron. Pero fue demasiado tarde.
La correntada venía como una carrera contra la vida destruyendo todo lo que encontraba a su paso.
Los hombres que se adentraron a las chozas para sacar a los adultos que no podían hacerlo por sí mismos fueron engullidos igual que sus potenciales rescatados por el agua desbordada desde montaña que convertía las frágiles moradas en cementerios improvisados.
Mientras en las radiofusoras comunitarias urgían a los pobladores a que abandonaran sus hogares y buscaran un lugar seguro que nadie sabía  dónde era, las autoridades incompetentes pronosticaban mal tiempo por un nubarrón en el horizonte

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