La melodía se diseminaba por doquier con gracia por la pianista.
A la empleada de limpieza le gustaba esa hora del día cuya música la acompañaba en su faena.
Ni en las noches de gala ni en los ensayos se apreciaba tan celestial sonido.
Y ella era la única privilegiada.
Y la pianista.
Con ojos cerrados, en éxtasis profundo, un retumbo la sobrecogió como un campañazo a media noche.
La melodía cesó.
Se hizo el silencio.
Salió tras bambalinas.
La sangre caía perenne y sin prisa del teclado del piano.
La pianista no estaba pero sus notas volvieron a escucharse.