Llegó cuando todos se habían ido.
Traía una botella de tinto. Era lo único que bebía; los demás eran de scotch.
Llegó cuando ya todo estaba recogido y limpio; llevaba su copa desechable.
La puerta estaba cerrada, las luces apagadas y la habitación iluminada por los rayos de la luna que se filtraban desde la puerta del jardín por la que entró.
La noche era fría y su frescor se escurría instándolo a descorchar el tinto y brindar.
Los que volvieron solo adivinaron quién se había invitado.
El tinto y la copa le delataron aunque habrían querido verlo por fin.