El silencio que reinaba en el ambiente nos dio curiosidad. Acostumbrados al bullicio de los vecinos, escuchar el mecer de las hojas del pino era atronador dentro de aquel sigilo. Nos asomamos a la puerta de vidrio buscando a los sospechosos de siempre que ahora brillaban por su ausencia. Mi hermano silbó varias veces pero no pasó nada. Conocíamos el modus operandi de aquellos así que aguardamos. Cuando tratamos de abrir la puerta corredera, ellos saltaron hacia nosotros. Entonces oímos un siseo que los mandó a callar. Mi vecino, que conocía nuestras travesuras con sus canes, nos había metido buen susto.