Bajo el puente, el bramido del río ejercía una fuerza sobrenatural al bajar de la montaña. El temporal barría las calles de toda vida y suciedad, dejando a su vez, tierra, piedras y ramas arrancadas.
Caminamos cómo siameses contra el viento hacia el puente. El paraguas había volado. Lo único que nos impulsaba era la promesa hecha en el umbral de su muerte. Había sido una larga agonía con poca lucidez. Pero lo que sí teníamos claro era dónde quería descansar.
Llegados al puente, abrimos la urna y sus cenizas se mezclaron con la lluvia, el viento y el río.