La primavera ayudaba a que la idea que antes repelía ahora me pareciera atractiva.
El joven que nos enseñó las instalaciones era muy simpático; parecía promocionar un spa y no una casa de retiro.
El lugar era espléndido y el río alrededor lo coronaba magníficamente. Me agradó la idea de compartir todo eso con otros contemporáneos. Los que vi parecían tan sanos como yo.
Decidido, pasamos a las oficinas para formalizar mi estadía.
Cuando iba a firmar, sentado frente a un hermoso ventanal, vi un cuerpo que caía desde arriba.
"Solo nos falta asegurar las ventanas", nos dijo sonrojado el joven promotor.