El acusado entra a la sala como un divo alimentado por la locura que provoca su presencia a dondequiera que va.
El juzgado no es la excepción.
Lo comprueba con una sala a rebosar de seguidores, periodistas y un público que le aplaude.
El juez trata de poner orden sin lograrlo.
Los pocos años en la popular serie de televisión le han colocado en lo más alto de la fama.
Por eso, cuando está a punto de conocer el veredicto por el cargo de homicidio, sonríe al público y posa para las cámaras.
La sentencia: culpable.
Su mundo es derribado.