El disparo sonó como un cuete. Sentí un roce ardiente y luego un picor intenso.
El hombre que hacía un instante me apuntaba con su arma, ya no estaba.
Otro en una moto, al ver lo ocurrido, regresó.
Yo seguía petrificada.
Un empujón me lanzó hacia el asiento del copiloto y allí me quedé.
Oí otros dos disparos más.
Luego escuché una voz de niño: "Ya pasó seño. Mejor váyase antes de que vuelvan por este", dijo, señalando el que estaba tirado quejándose.
Por el retrovisor vi al cuidador de carros corriendo en dirección contraria y dije una oración por él.