Mis manos necias

¿Qué sientes?

            Amanda seguía con los ojos vendados sintiendo la velocidad en el rostro, el sonido del motor y la adrenalina en su corazón y en su sien. La Vespa comenzaba a frenar, Francis la detuvo apagándola, le ayudó a bajar del vehículo, agarró su mano y así caminaron. No sabía cuánto tiempo había pasado realmente, pero después de mucho caminar se dio cuenta que en el camino había muchos obstáculos. Pisó algo, al parecer una roca, resbaló y cayó al suelo dándose un sentón.
-¡Ay! creo que voy a llorar. –Se sobó el trasero.
-Había olvidado tu torpeza. –Francis se agachó a recogerla. La levantó entre sus brazos y continuó caminando. Pasado un largo rato la depositó en el suelo. -¿Qué sientes?
-¿Cómo?
-Sí, -insistió –dime qué sientes en estos momentos.

-Son muchas emociones, no puedo describirlas todas.
-Trata de buscar en esas emociones solo una.
Se quedó callada. Sintió el viento acariciando su cara, el calor del sol en su piel, el silencio del mundo le permitió escuchar el canto de los pájaros, el crepitar de las hojas. Amanda respiró profundamente y ese aire puro llenó sus pulmones, comenzó a flotar. ¡Hacía tanto tiempo que Amanda no se sentía así!
-Paz. –Murmuró. –Lo que siento es paz.

Silencio, no escuchaba más a Francis.
-¿Francis? –Silencio. -¿Francesco estás ahí?
Algo pasaba, Francis no respondía. ¿Y sí se había ido? ¿Y sí la había dejado ahí? ¿Y si algo le había pasado?
-¡Francesco por favor responde! –Amanda se quitó el paliacate de los ojos. –La luz entró de pronto a su vista, no alcanzaba a ver con claridad. –Francis por favor, dime que estás bien.
Comenzó a girar buscándolo, al dar media vuelta se encontró con la sorpresa: lo alto de la montaña servía de mirador. Toda Roma estaba a sus pies iluminada por los rayos del sol, ¡asombroso! Amanda dejó de pensar de un momento a otro. Sintió a Francis detrás de ella, su olor lo delató. Agarró su cintura y hablándole al oído le dictó las respuestas a todas sus preguntas.
-¿Quieres ser mi novia? –Preguntó en secreto.