La noche era perfecta para soñar

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-¡Nacho! ¡Hazte para allá!
En plena obscuridad, viendo al techo y con las manos en su estómago Amanda escuchaba y sonreía a los leves ronquidos de aquel ser al que tanto adoraba. Sentía el calor del cuerpo de Ignazio y su respiración en la piel. Le enternecía. De vez en cuando lo miraba de reojo y no podía evitar sonreír cada vez más. De pronto Ignazio respiró profundo y se acomodó girando su cuerpo. Ya se había despertado.
-Tuve un mal sueño. –Ignazio estaba adormilado.
-¿Qué soñaste?
-No lo sé, sólo sé que fue horrible.
-Cenaste demasiado. Te dije que no ibas a dormir.
-Siempre ceno demasiado. –Bostezó desperezándose. –Si no me despierta el hambre.
Amanda se giró para poder ver aunque sea su sombra en la obscuridad.
-¡Mi gordo hermoso! ¡Qué voy a hacer sin ti!
-Esperar nuestros horarios de skypeo. Tendremos citas diarias.-Respondió él de pronto.
-¿Me prometes no meter a ninguna zorra a tu habitación?
-Si están buenotas no prometo nada.
-Tonto. –Amanda ésta vez bostezó.
-Tonta. Te prefiero a ti. –Ella se giró dándole la espalda.
-Guapo, abrázame. Vamos a dormir abrazados. Siempre soñé con hacerlo. –le dijo imaginándose ya su calor.
-¡Ah sí! Y que se me duerma el brazo a mí. –Bromeó él. Ambos rieron.
Ignazio se acercó y la abrazó. Ella sintió detrás de si su cuerpo en la espalda. Ambos en posición fetal pegados uno al otro. En sus piernas sintió el calor de las grandes piernas de Ignazio, su respiración en el cuello y su barba en la espalda. Ignazio repartió dulces besos en ella, se sentía increíble.
-Te quiero. –susurró en uno de los tantos besos.
-Ya duérmete. Mañana va a ser un gran día.
Ignazio se durmió al instante, ella no. No quería despertar de ese hermoso sueño. La noche era perfecta para pensar. Entre los brazos de Ignazio se sentía la mejor de todas las mujeres, tan segura y tranquila que pareciera la vida perfecta. Su calor era inigualable. Su olor, su extraordinario olor a hogar. Su hogar, ella adoraba su barba, esa que tanto picaba pero que amaba sentir en la piel. Amaba sentir sus hermosas y grandes manos de hombre en el vientre, sentirlas en la cadera, sentirlas en la cara, simplemente sentirlas en sí. Amaba su respiración, ese ritmo tan curioso de roncar. Amaba a ese ser que se encontraba dormido. A ese ser que estaba justo detrás de ella. Pero ¿qué clase de amor? Aún entre sus brazos algo dentro, muy dentro de Amanda no dejaba de pensar a Gianluca. Quizá era el hecho de que en dos días regresaría a su casa. Quizá era la manera en que la dejó. Quizá era el sabor de sus besos. O quizá, solo quizá era que él tampoco dejaba de pensar en ella. Ella ahí, el allá. Ambos acostados sin poder dormir. Intentando olvidarse. Ambos pensando más en el otro, amantes de lo prohibido. En una cama compartida, solos pero acompañados. 


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora