Diamantes en el cielo

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Terminando de cenar salió a hablar por teléfono, los demás estaban adentro aún bebiendo y platicando. A lo lejos alcanzaba a oír las risas y la música. La calle era un desierto, vacía de peatones pero viva en sus alrededores. En la ventana de enfrente una familia bailaba una canción extraña, más allá, en la esquina había quienes cantaban en karaoke. No podían faltar los recién casados que se besaban frente a su árbol mientras Amanda los observaba. No quería estar ahí, quería que todos se fueran y quedarse acurrucada en los brazos de Ignazio, esa hubiera sido la Navidad perfecta.
-Te vas a resfriar si no te pones un suéter.
Gianluca estaba justo detrás de ella.
-¿Aburrido? –ella miraba a la feliz pareja mientras exhalaba una bocanada de humo.
-Preocupado. Por ti.
-¿Por qué?
-Necesito besarte, sentirte. Necesito estar contigo. –Gianluca la tomó de la cintura. –Feliz Navidad, mi vida.
-Feliz Navidad, mi amor.
Se besaron y abrazaron en silencio. Aquel silencio que sólo los suspiros rompían. La noche traía consigo el rumor de risas. El rumor de la familia. Ella, tan lejos de la suya, en un mundo donde sentía que a veces salía sobrando. Una lágrima resbaló por su mejilla.
-Te pido disculpas por hacerte sentir así, -Gianluca comenzó a hablar-, no es mi intención confundirte. Nunca soñé con amarte, ni con sentirme así.

Amanda se colgó del cuello de Gianluca, sumergida entre su cuello, ahogándoe entre el olor de su loción y el de su propio cuerpo. Se besaron y fue un beso muy largo, como el de dos personas que se aman hasta el punto de olvidarse del resto del mundo.
-Confiésaselo a ella. –Le dijiste en un susurro a Gianluca.
-¿Qué?
- Dile que no eres libre, dile lo mismo que un día me dijiste a mí. Dile que hay alguien que te ama.
-¿Qué quieres ganar con eso?
-Quiero ver si ella acepta compartirte como yo.
Gianluca la soltó y se recargó en el barandal del balcón.
-Sí en verdad me amas... Quiero ver si tienes el valor de confesarle que tienes una amante. Quiero ver si ella te perdona como yo.
Gianluca levantó la mirada al cielo nocturno. Sus estrellas brillaban como hermosos diamantes en la obscuridad.
-...Y si ella acepta compartirte es que te ama, -Amanda miró también los hermosos diamantes-, entonces quien se marcha seré yo.


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora