En ese abrazo desahogaban sus miedos

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*Un año después*

Aún el pasto olía a humedad después de la gran tormenta que había caído la noche anterior. El cielo nublado y una leve brisa que recorría la ciudad. Amanda cerró su libro. Una novela que le ponía a pensar un rato.
Levantó la mirada para buscar a Gian. Lo alcanzó a ver a lo lejos jugando con un perro. Romina iba tras él. Cuidándolo y hablando por teléfono. Sus mejillas sonrojadas, sus hermosos risos dorados. Sus ojitos verdes brillaban debajo de sus delineadas cejas y sus largas pestañas rizadas.
Después de todo él era lo mejor que había hecho en su vida. De eso ya no dudaba, a pesar de tantas lágrimas, tanto sufrimiento, volvería a vivirlo todo con tal de tenerlo entre sus brazos un y mil veces más. Llevaba soñando semanas enteras a Ignazio. A decir verdad llevaba en su bolso el último CD. Lo había comprado minutos antes. No pudo evitarlo.
Hacía casi dos años que no los veía. Y en verdad los extrañaba, a los tres quizá por igual. Ya era demasiado tarde para lamentarse, lo hecho ya estaba hecho y regresar una mirada al pasado era perder el tiempo y energía.
Amanda levantó una mirada más para encontrarse la sonrisa del amor de su vida. La risa de quien la llamaría mamá. Sus hoyuelos puntualizaban su perfecta sonrisa. Era todo un querubín.
-Hola –su mirada al vacío y un pinchazo al corazón le dieron la verdad de quien hablaba.
Pequeño el mundo y grande la vida. El karma que regresaba para hacérselas pagar una a una.
-Hola. –Contestó mirando al frente.
-¿Me puedo sentar? –Él preguntó.
Amanda asintió a la pregunta.
-Pensé que jamás te volvería a ver.
-Pensé lo mismo
Se miraron. Gianluca lucía más fornido y guapo. Su mirada brillaba al verla. Ella le sonrió. El tiempo definitivamente no había pasado. Estaban ahí después de años y sin embargo aún se comunicaban con la mirada. Se hablaban sin hablar. Ni tensión ni nada, ni el mundo o el espacio, todo era solo ustedes dos.
-Luces bien –le dijo Gianluca con lágrimas en los ojos.
-Me hiciste mucha falta –Amanda ya no quería callar.
-Y tú a mí
-¿Qué haces aquí?
-Tenemos gira. –dibujó en su rostro una media sonrisa.
-Sí. Acabo de comprar el disco. –Ella mostró el disco con cierta timidez.
Gianluca sonrió.
-¿Cómo has estado? Quise buscarte miles de veces pero no encontré la manera. Te desapareciste.
-Era lo mejor Gianluca. Lo que debía hacer desde el principio.
-Creo que debimos hablarlo, no reaccionar así. –Gianluca miraba el suelo. –Me lastimaste.
-Yo también me lastimé y fue un infierno, pero hoy ya cada quien hizo su vida. Así tenía que ser.
-Te he extrañado como nunca imaginé.
-Te amé y te amaré por el resto de mi vida, pero ya es demasiado tarde.
-¿Estás con alguien más? –Le preguntó absorto Gianluca.
-Aunque te amaba entendí que tenía que elegir otro camino.
-Lo peor es que lo sé
-¿Dónde está...
-¿Ignazio? –Preguntó terminando lo que Amanda quería decir.
Ella asintió.
-En el hotel. ¿Quieres ir a verlo?
-Sí
-Vamos. Yo te llevo, pero antes déjame abrazarte. Quiero sentirte una vez más. Darte la despedida que nunca pude darte.
Amanda lo abrazó sin pensarlo, llevada por el impulso de sentirlo una vez más. Descargó su inmenso amor en un abrazo, un abrazo, inundándose de su olor, de su calor, de su persona. Ambos lloraron. Tantos recuerdos y frustración guardados que no pudieron apagar y que ahora en ese abrazo desahogaban sus miedos. Amanda se perdió en ese abrazo vlviéndose uno solo.
-¡Gian! ¡Cuidadooo! –Un grito apagó el silencio seguido por el llanto de un bebé austado.
Amanda conocía ese llanto. Ese era su bebé. Ella soltó a Gianluca y corrió para calmarlo. El pobre lloraba sin control, se había caído y golpeado. Amanda lo cargó y pegó a su pecho.
-Tranquilo mi amor, ¡aquí está mamá! –Lo acunó en sus brazos tarareando una melodía.
-¿Mamá? –Gianluca miró al niño en brazos reflejándose en él. Ya no había duda. -¡Por qué jamás me lo dijiste!


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora