Luchar por ese amor

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            El niño de Amanda estaba dormido entre sus brazos, totalmente cubierto por su chamarrita, así su gorrito cubría sus risos y lo protegían del frío.

-Pensé que jamás te volvería a ver. Sin embargo salí a las calles a buscarte con la esperanza de que seguirías aquí y mira, tú llegaste a mí. –Ignazio acariciaba su pequeña rodilla.
Estaban sentados en una banca del mismo parque del que minutos antes Amanda quería escapar. Su corazón palpitaba de alegría al ver al hombre del que estaba enamorada. Feliz de volver a ver aquella sonrisa que tanto amaba.
-¿Cómo les fue en la gira? –Preguntó para volver a saber de él.
-Cansada pero muy satisfactoria, como todas. ¡Las fans son unas locas! Ja, ja, ja.
-¡Vaya que lo sé! Ja, ja, ja.
-¿Dónde estás viviendo?
-Aquí, a dos cuadras.
-¿En serio? Yo me hospedo en el hotel de aquí en frente.
-Me lo imaginé. –Sonrió esta.
-¿Qué harás esta noche? Quiero invitarte a cenar.
-Igna, hay algo que necesitas saber, -Amanda tomó su mano y apretó con cariño sus dedos. Él sólo la miró.
Gian comenzó a retorcerse en sus brazos, ella movió un poco su gorrito para ver que sus ojitos ya estaban abiertos. Ignazio sólo podía verlo de espaldas. Amanda sentó a Gian.
-Él es mi hijo.
Ignazio le miró las manos buscando algo. Guardó un profundo silencio inexcrutable.
-¿Eres casada? –Le preguntó.
-No. Madre soltera.
-¿Estás con alguien más? –Preguntó de nuevo.
-No
-¿Entonces, cuál es el problema?
Amanda descubrió la cabecita de Gian para que sus risos quedaran libres. El niño giró la cabeza para ver con quien estaba. Ignazio no supo qué decir. Era más que obvio saber quién era el padre.
-No sé porque lo sospeché al principio. –Respiró profundo. -¿Gianluca lo sabe?
-Se acaba de enterar
-Por eso venías corriendo. –Terminó la oración.
-No quiero que pienses mal de mí. –Amanda bajó a Gian para que caminara un rato.
-¿Por qué te fuiste? ¿Qué te dijo él?
-Me fui de su vida porque yo era un simple juego, además, de todas formas ustedes partirían y yo me quedaría sola. No pude soportar la idea de que él se casara. Por eso, por cobardía huir de ahí. –Gian estaba sentadito frente a Amanda jugando con piedritas en el suelo–; pedí intercambio para París, me lo concedieron al momento y partí. Todo en menos de una semana. Meses después me di cuenta que estaba embarazada. Ya no quería a Gianluca en mi vida, por eso me callé.
-¿Lo supiste antes de hablar con Piero?
-¿Él les dijo?
-Nos comentó que había hablado contigo y que estabas bien. No dijo más, sólo eso.
-Yo ya lo sabía pero no le dije nada. ¿Ya para qué? Ustedes iniciaban la gira y era un problema más.
-¿Y qué te dijo Gianluca?
-Nada. Corrí antes que pasara algo. Además él tenía que enfrentar un problema más. Cuando llegué aquí la escuela me contactó con una compañera de habitación y ella resultó ser una vieja conocida suya.
-¿Quién?
-Romina.
Ignazio frunció el ceño. Pensaba tratando de recordar de que Romina hablaba Amanda.
-No me digas que... -comenzó.
-Sí. La muerta.
-¿Qué? ¡Pero ella ya no...!
-Lo sé. Le acaba de confesar a Gianluca que sólo fue un pretexto para alejarse de él. –Ignazio la miraba. –Romina por supuesto sabe todo, ella es mi mejor amiga, conoce todo de mí. Supo desde un principio todos mis problemas.
-¿Dónde está Gianluca?
-En este momento: con ella.
Ignazio miró a Gian y le tendió los brazos para llamarlo. El pequeño lo miró y tímidamente le sonrió. Eso fue lo que le motivó a Amanda luchar por ese amor. Ver que su hijo se abría con alguien para ella era confianza, sobre todo porque su pequeño era tímido. El niño se puso de pie y se colocó detrás de sus piernas.
-Ven, amor. –Le dijo al pequeño agarrando sus manitas. –Él es Nacho. –Lo jaló lentamente para acercarlo.
-¿Cómo se llama? –Preguntó Ignazio.
-Gian –Amanda agachó la cabeza. –Quería que mi hijo supiera que se llamaba igual a su padre, un padre que desde siempre lo amó. Comprendí que el menos culpable de todos era mi niño. No me gustaría que él sintiera un desprecio de quien lo engendró.
-Es su viva imagen –le sonrió Ignazio. – Ven Gian –Ignazio le ofreció sus brazos, el pequeño caminó a trompicones hacia él. Ignazio lo cargó y sentándolo en sus piernas comenzó a jugar con él.
Esa fue la clave. El padre de tu hijo. Un padre que lo críaría y lo amaría sin importar que la sangre no fuera la misma.


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora