Mis manos necias

La guitarra canta

            Sentada en la sala Amanda leía una novela policiaca, estaba harta de hablar de amor, estaba harta de oír de amor y, ahora leerlo, le causaba nauseas.
-Gracias. –Ernesto se veía espectacular. Jeans, botines, playera negra y una bufanda gris que acentuaba el color de sus ojos.
-Te ves guapísimo. Amanda le sonrió separando su lectura con un dedo.
-Gracias... de verdad.
-Sé lo que sientes. Lo que ella siente también. Diviértete. Cuídense y porfa, no llegues tarde.
-Lo prometo. –Le aventó con la mano un beso.
De nuevo sola. Amanda abrió su libro y continuó con la lectura, o bueno, pretendía hacerlo. No logró concentrarse, agarró su celular para realizar una llamada.
-Hola –su voz cantarina preferida sonó en la otra línea.
-Hola.
-¿Aburrida?
-Algo.
-¿Y eso?
-Nada, -mintió- Erny está dormido.

Una dulce guitarra se escuchaba al fondo.
-¿Qué haces? –preguntó ella, sabía que la guitarra tenía mucho que decir.
-Pasar el rato. Compongo una nueva canción.

-¿Para la gira?
-Para ti. -Su voz rió.
Pinchazo al corazón. Le gustaba este sentimiento. Se sentía bien.

-Yo también pensaba en ti. Ya me estoy acostumbrando. –Ambos sonrieron.
-Escucha...
La guitarra empezó a cantar de nuevo acompañada ésta vez por el tararear de Ignazio. Amanda amabas oír su voz. Su canto daba vida. Siempre fue su favorita. Ignazio estaba así a su lado, a pesar de la distancia. Lo podía sentir ahí, junto a ella. Puso el altavoz cruzando las piernas en flor de lotto, llenándose de él, cerrando los ojos, imaginándolo. Ya no estaba sola. Ya no estaba sola. El sonido de unas llaves en la puerta le trajo de vuelta a la realidad. Ese no era Ignazio, era alguien más.
-¡Nacho, Nacho, Nacho! –Amanda sonaba desesperada- Te dejo, llegó la señora Eleonora. –La guitarra calló de pronto.
-Está bien, ciao. Te quiero.
-Yo más.
Se levantó de pronto implorando que su buena suerte por primera vez se hiciera cargo, y fuera Ernesto quien en ese momento entraba al umbral de la puerta.