Me obligas a odiarte

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-Listo señorita Del Valle. Aquí están sus papeles y su constancia de estudios. Su revalidación de materias y su acreditación académica. –La secretaria de voz gangosa la miraba de reojo a través de sus gafas de media luna. -Firme aquí de enterada.
-¿Aquí?
-Sí, nombre y firma por favor. ¡Ah! y anéxele la fecha. –Dijo señalando el papel en blanco con el dedo.
-Entonces: nombre, fecha y firma. Listo.
-Esto es todo señorita Del Valle. Que tenga buen viaje, la esperan en la facultad de Paris a las 7:00hrs del día lunes para comenzar con sus estudios.
Sin saber el porqué, ahora la facultad se veía enorme. Amanda era una persona completamente ajena a esa institución. Aquellos a los que días antes había llamado compañeros, hoy eran unos completos extraños que pasaban a su lado mirándola caminar aferrada a tus maletas y caminando apresurada.
Muchos golpes bajos en tan pocos días. Perdió a Ignazio, a su querido gordito por un amor mal pagado. Se despidió de "su casa", recorriendo a solas y en desgracia cada una de las habitaciones que le brindaron horas de calor y felicidad. Su balcón ya no sería suyo, su cama sería remplazada y todas las huellas que indicaban que había estado ahí, Ignazio se encargaría de borrarlas hasta borrar su existencia. Tuvo que dar las gracias como una cobarde ante los Ginoble, despedirse de Leonora y de Ernesto con una simple llamada telefónica y decir que jamás regresaría.
Paris, su nuevo destino. No iba a regresar a casa, le daba completa vergüenza haber salido de la misma y regresar ahora con la cabeza baja. Su mayor ilusión siempre fue ahorrar para salir del país, graduarse en una maestría en el extranjero y demostrarle al mundo que era mejor de lo que el mismo mundo siempre la había señalado. Ahora gastaba su última carta, una trasferencia de plantel para olvidarse de todo, iniciar una nueva vida, un nuevo camino. Llevaba ya días tratando de comunicarse con Ignazio, aún no tenías éxito. Cuando este oía su voz colgaba al instante. Ya su plan de marcarle de distintos números no funcionaba, él simplemente no contestaba.
Gianluca en cambio era un dolor que quería borrar. Aún lo amaba y con toda el alma, más que a su propia vida, más que a su tiempo, a su espacio, más que a cualquier cosa. Pero el daño ya estaba hecho. Piero estaba a punto de pasar por ella, esperaba sentada en una banca frente a la universidad, con un par de maletas a la luz del sol fumando un cigarro. De pronto el celular de Amanda sonó. Era él. Por fin era él.
Después de siete llamadas perdidas Amanda contestó con desgana.
-¿Qué más quieres de mí? -rompió en llanto.
-Tenemos que hablar. Las cosas no pueden terminar así. –Gianluca tenía la garganta cerrada, producto de haber llorado toda la mañana. –Por favor.
-Ya es muy tarde, ya está hecho el mal. Ya sé toda la verdad Gianluca.
-¿Qué sabes?
-¿Cuándo pensabas decirme que te casarías con Martina? ¿¡Cuándo!? -Gritaba al teléfono, desesperada.
-¡Déjame explicarte....! –Gianluca también estaba desesperado.
-Ya no me expliques nada. No me envuelvas con tus palabras. ¿Esperabas que aplaudiera tus actos mientras tú destruías mi vida?
-Perdóname por favor. –Gianluca suplicaba.
-No podré perdonarte, nunca. A pesar que te amo con toda mi alma me obligas a odiarte.
-No... No me digas eso.
-Me mentiste, dijiste que me amabas y nunca fue verdad.
-Te lo juro que te amo.
-Adiós Gianluca.
-Amanda espera...
Con este adiós colgó el teléfono. Piero ya había llegado y se estaba bajando del auto para ayudarle. Francis venía con él. Su celular seguía vibrando. Se secó la última lágrima.
-¿Era él? –preguntó Piero abrazándola.
-Era –y con esta última palabra tiró el celular a la basura.



Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora