No todo estaba perdido

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            La noche obscura y fría lloraba con ella, la soledad de ambas era absoluta, ambas faltas de amor se perdían en su dolor, a Amanda le faltaba Gianluca, a la noche la luna. Estaba en el suelo en posición fetal, llorando desesperada. Jamás se había sentido tan mal. Jamás. Unas luces de automóvil le alumbraron cegando su vista, el auto paró en medio de la tormenta. Ignazio se bajó del auto sin importar mojarse y corriendo se arrodilló frente a ella. Viéndola llorar sólo la abrazó para calmarla. Ambos tiritaban de frío. Amanda necesitaba de él, necesitaba su calor, estar ahí en sus brazos era su vida, era su todo.
-Estoy cansada de esas personas que de repente entran a mi vida y me hacen creer que les importo -le dijo a Ignazio mientras este agarraba su cara con ambas manos-, que lo único que quieren es verme sonreír, que me quieren, que me prometen siempre estar a mi lado sin importar en qué situación me encuentre, que me hacen soñar con verlos en mi futuro... Yo no significo nada.
-No sé qué decirte. –Le dijo Ignazio viéndola a los ojos. –Créeme que me encantaría hablarte y decirte las cosas de una manera distinta, pero no puedo. Es difícil buscar palabras cuando solamente lo que quiero es abrazarte y quedarme en silencio al lado tuyo.
En medio de la tormenta ambos tenían que hablar en voz alta, la lluvia cada vez caía en gotas más heladas lastimando su piel, poco a poco ella dejaba de sentir los dedos.
-Vamonos a casa.
Ignazio la ayudó a ponerse en pie y empapados entraron al auto. Ella se recargó en el asiento con la mirada fija en el vacío. El silencio no se hizo esperar. Se miró en el reflejo del vidrio, tenía la cara embarrada de maquillaje con la expresión de un payaso triste. Le había salido todo mal, quería cerrar los ojos, nacer de nuevo, tener otra vida, no sabía bien cual, pero no esa. Al llegar al departamento sintió el calor de su casa, su hogar. La tormenta seguía pero ahora no era más que un vago recuerdo, un sueño lejano, una novela sin final feliz.
-Ésta noche dormirás conmigo, en mi cama. Ni creas que te voy a dejar sola. ¿Ya comiste?
-No tengo hambre. -Miraba el suelo.
-Vete para la habitación. –Ignazio agarró su barbilla levantándole el rostro mirándola a los ojos. –Báñate. Te voy a preparar aunque sea un té.
Amanda abrazó a Ignazio sumergiendo su rostro en él, besó su pecho.
-Anda gorda –Ignazio besó su cabeza.
Ella se bañó en un abrir y cerrar de ojos, sabía perfecto que si te detenía más tiempo en la ducha pensaría en Gianluca y lloraría una vez más. Era mejor así, un baño rápido que le limpiara de todo recuerdo. Al salir del baño se puso el famoso mameluco del que tanto se había burlado Gianluca. Una parte de ella no quería sacarlo de su vida, siquiera uno de esos vagos recuerdos de los que dolían antes de no tener ni eso. Ignazio ya estaba metido entre las cobijas esperándola para dormir abrazados y protegerla de sí misma. Amanda tomó un sorbo de té, ahora tibio, y se metió en la cama. Estando entre sus brazos no lo pudo evitar, sumergió de nuevo su rostro en la piel caliente de Ignazio, su ternura, su seguridad. Ahora Ignazio lo era todo.
-Encuentra a quien pueda hacerte sonreír cuando el mundo se te viene encima. –Comenzó a hablar. -Que sea de esos que te llame cuando le colgaste, que te diga tus errores. Que te defienda sin importarle a quien se tenga que enfrentar. Que te quiera enseñar el mundo, que conozca tus peores defectos y aun así siga queriéndote como el primer día. Ama a quien te quiera, no a quien te ilusione. Ama al que te recuerde constantemente que le importas y lo afortunado que es por tenerte.
-¿Cómo sabes...? –preguntó ella incrédula.
-No soy tonto. Sé que sigues sintiendo algo por Gianluca. Sé que te duele que esté con ella, tu mejor amiga. No necesitas decirme nada, yo puedo recordarte quien eres por si lo olvidas.
Amanda se giró dándole la espalda, seguía entre sus brazos. Y en ese instante lo supo, supo que él podía rescatarla. Cuando sintió sus labios sobre su hombro y una sonrisa iluminó su rostro, supo que no todo estaba perdido para ella, supo que ella quería tenerle y quererle.
-¿Nacho...?
-Mmmmmmmm ¿qué pasa gorda?
-No quiero que nada cambie entre nosotros. Yo aún quiero casarme contigo.




Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora