Unidos por primera vez

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Francis llegó puntual como siempre, la verdad es que Amanda estaba muy nerviosa. Ambos sabían a lo que iban. Lo invitó a entrar. Se veía tan sensual que era increíble que no se le fuera encima desde la entrada. Francis vestía unos jeans y un saco café que combinaba perfecto con sus mocasines de gamuza, su camisa púrpura acentuaba la bufanda beige que empapada en su aroma Amanda le quitó al besarlo, la llevó a su rostro y la olió. El recuerdo quedaría ahí para siempre. Francis se acercó a ella, puso sus manos en la cintura de Amanda recorriéndola hacia su espalda pegándola a él. Amanda sintió la electricidad de ambos cuerpos y su miembro en su pelvis. Acercó la nariz a su rostro, olfateándola, impregnando de ella sus pensamientos. Su barba rozaba su piel. El calor incrementaba, la tensión subía y Amanda sólo podía pensar en placer. Recordar las emociones que incrementaban su pulso. Sí, Francis la excitaba, le gustaba y tocaba justo donde ella pedía a gritos. El placer ideal. Momento electrizante. Amanda lo desvistió poco a poco, quitando sus prendas aún calientes de él, él a su vez desabotonaba su pantalón. Besándose caminaron al sillón, se recostaron en él quedando ella sobre Francis, de nuevo Amanda llevaba el control. Botón a botón ella desnudó su torso y con la lengua lo recorrió. Francis temblaba de gusto, sin piedad se desvistió. Las vueltas que dieron al sillón fueron incontables, agitándose sin poner fin Amanda llegó al climax soltando un quejido. Aquel grito de placer que los unió por primera vez. Aún sobre Francis retozaba respirando agitadamente, Francis la abrazó y giró sobre su cuerpo para acomodarla a su lado. Entre sus brazos Amanda se sentía plena, satisfecha. Esa era la vida que tanto buscaba, sentirse protegida y feliz y ahí estaba Francis, para hacerlo y cumplir sus caprichos. Callados escuchando los latidos de sus corazones seguían ahí, abrazados descansando.
Ignazio estaba tras la pared, había visto, más bien escuchado todo. Recargado, cubriéndose la cara con las manos lloraba en silencio, golpeaba su cabeza intentando olvidar todo, las lágrimas le dolían en el alma. La estaba perdiendo. Él no quería ni podía permitirlo. Pudo tenela entre sus brazos y por tratar de hacerlo perfecto perdió aquella oportunidad. Ignazio abrió la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido. Salió y cerró la misma delicadamente, se tumbó a mitad del pasillo cayendo sin siquiera meter las manos. Quedó de rodillas, golpeando el suelo con fuerza. Su corazón gritó con toda el alma, su boca calló.
-No puedo creerlo, por más que lo veo... en mi propia casa. Te estoy perdiendo Amanda, en mi propio terreno, en mi... -Ignazio continuó llorando. –Tendría que haber gritado y no me muevo, no...


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora