Hilos de cristal

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-Tú eres mi único y maldito error. Yo sin ti era feliz, tenía una vida tranquila, llegaste tú y todo cambió.
Gianluca le daba la espalda.
-Odio esto. No soy la dueña de tu corazón. Quiero ya no amarte y quiero enterrar ya éste dolor, quiero ser yo la fuerte, ser como tú.
-Definitivamente eres lo peor que me ha pasado. Maldigo el día en el que te conocí, el día en el que supe quien eras. Maldigo el día en el que te metiste en mi alma, maldigo este amor que tengo por ti. Te amo Amanda, como un loco, como un estúpido. Te amo tanto que estoy aquí.

Gianluca se giró con lágrimas en los ojos.
-Te he dado todo de mí y no lo puedes entender. Yo soy así. Nunca te engañé, nunca te mentí, nunca lo negué. –Gianluca seguía llorando. –Odio tu olor, odio tu mirada, odio tu voz y lo odio porque es lo que me aferra a ti. Odio el movimiento tan seductor que tienes al caminar. Odio tu personalidad tan única. Odio que me mires así. Odio oírte respirar, odio tu risa, odio tu cabello, tu piel, odio no poder tocarte, tener que fingir que no pasa nada y ocultar que me pones a temblar. Odio que hayas llegado tan tarde a mi vida. Odio amarte.
Ambos se miraron durante un tiempo que parecía interminable. Temblando, respirando pausadamente. Se miraron a los ojos diciéndose lo que las palabras no podían decir. El tiempo seguía pasando lento. La habitación parecía girar. Amanda no podías controlarse, lloraba sin parar con la vista aún fija en Gianluca. De rabia, de silencio, de amor. De Gianluca un par de hilos de cristal resbalaban hasta la comisura de sus labios, uno goteaba por el mentón iluminando aquella gota que se perdió en el suelo. Ella corrió hacia él, tenía que abrazarlo. Tenía que sentir su piel una vez más. Él se adelantó un par de pasos y la recibió en sus brazos. Ya no podía estar sin ella. Se besaron, como si nunca se hubieran besado antes, como un par de enamorados al reencuentro después de un largo viaje, como el mismo amor se besa a la despedida en un aeropuerto. Se besaron intercambiando almas, respirando el mismo aire. Amanda sentía la pasión de su vida. Podía palpar el amor en los labios, su sabor era adictivo, lo mejor que había probado. Sus labios suaves, su barba en ella. Lo amó aún más en ese momento.
-¿Qué estás haciendo conmigo? –Le preguntó Gianluca a los labios.
Ella agarró su cara, él la cargaba.
-Hoy te amo a pesar de que has sido mi peor error -dijo exhalando un suspiro.
Poco a poco se despojaron de todo lo material. Desvistiéndose a cada paso. Él la llevó a su habitación aún en sus brazos, ella no dejaba de besarlo aún con lágrimas en los ojos. Un sabor salado sentió en sus mejillas, eran las lágrimas de Gianluca que seguían brotando de aquellos hermosos ojos verdes. En la habitación la luz que entraba era la de los faroles de la calle. Gianluca la bajó y ella quedó frente a él. Se miraron sin decir nada. Él levantó su brazo y colocó su mano derecha en el pecho de Amanda, a la altura del corazón. Ella hizo lo mismo, la camisa abierta le permitía sentir su piel, su terso vello pectoral que con los dedos acariciaba. Se miraron a los ojos, sin sonreír, sin decir ni una sola palabra. Así una descarga eléctrica recorrió ambos cuerpos, conectándolos en uno solo.


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora