Eres lo que yo pido

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Amanda se despidió de Leonora, madre de Gianluca, y de Ernesto quien con la mirada aún pedía disculpas. Amanda sonrió de todos modos. Estaba en la puerta del edificio buscando la llave. La introdujo indecisa en el cerrojo. Se despedió de Gianluca con beso al aire, al segundo giro de la llave. Delante de las escaleras, parada el camino parecía eterno. Sus pensamientos iban y venían sin poderlos detener, a cada paso que daba una nueva idea brotaba y las mariposas estomacales se volvían indomables. Mágico. Sólo Ignazio provocaba eso en ella. Delante de la puerta escuchó claramente a Ignazio cantar. Abrió. Ignazio estaba en la cocina mirándola fijamente. Callados.
-¡Estás en casa! –Con una amplia sonrisa Ignazio le dio la bienvenida.
-Aléjate de mí. –Respondió con tristeza ella.
-¿De qué hablas? ¿Qué hice?
-Aléjate de mi, quisiera no decirte esto, no te merezco. Aléjate de mí. No soy buena. Aléjate. –Lágrimas saladas rodaban deslizándose por sus rosáceas mejillas. -Aún estás a tiempo, no soy quien crees. Sólo lastimo a quien me quiere.
-Eso no es verdad. –Tartamudeó él.
-Han pasado muchas cosas en mi vida. Tuve mucho que pensar y entonces fue ahí que entendí que tenía que elegir otro camino.
-Eres lo que yo pido.
-No digas más.
-La esperanza es lo último que muere. ¿Te arrepientes?
-No puedo arrepentirme de entregarte el corazón. –dijo al final cabizbaja.
Ignazio soltó todo y corrió hacia Amanda, ella lo abrazó con toda el alma, estrechándolo. Ignaziola llenó de besos, besos sinceros. Ella ya no sabía si eran besos de amor o de amistad, la verdad es que nisiquiera quería pensar en ello. Se sentía en casa. Él le hacía sentir esas cosas.
-Yo sé que no soy el dueño de tu corazón, sé que tu amor no es sólo mío. No voy a estimar en detalles, pero no voy a descansar hasta ser él y solo él. –Ignazio le dijo esto sosteniendo su rostro entre las manos.
-No quiero hacerte sufrir, por eso te digo que me dejes de querer antes de que sea demasiado tarde.
-Ya es muy tarde. Ya te quiero.
-Eres demasiado. No te merezco. –Le dijo ésta avergonzada.
-No seas tontita, anda ya, entra. Vamos a cenar. Va a venir Piero, espero no te moleste. No te esperaba hasta mañana.
-¡Piero! ¡Para nada!
Ignazio la soltó, Amanda agarró sus cosas y se fue a su habitación. Pasada media hora, llegó Piero. Amanda lo sabías por el ruido en casa y claro, por el Audi rojo estacionado en la puerta. Era tan Piero. Shorts, un chongo y cara lavada. Esa eras Amanda, descalza en casa como tanto amaba. Piero e Ignazio jugueteaban en la cocina. O bueno, Ignazio cocinaba mientras Piero robaba comida.
Ciao Piero! ¿Cómo estás?
Ciao Amanda! No sabía que estabas en casa. –Saludó el de las gafas rojas.
-Llegó hace algunos minutos. –Le contest'ó Ignazio. –Por cierto, ¿cómo llegaste?
-Gianluca me trajo.
-Sí, algo así me dijo Martina.
-Ah... -Ya estaba dicho, Ignazio sospechaba y se acercaba a la verdad. Él jamás se lo diría, jamás insinuaría, jamás si Amanda no hablaba. Él simplemente fingiría no saber. ¡Qué poco conocía a Gianluca! o qué bastante, más bien. Pero hay cosas que nadie debe saber, secretos que sólo son confidentes para la almohada y las paredes, secretos que tarde o temprano saldrían a la luzy serían golpes de verdad.


Mis manos neciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora