LXXVII

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Mientras la tarde se marcha,

perdido en la gran ciudad,

recuerdo aquellos momentos

que ya quedan tan atrás.

El olor de tu perfume,

la brisa suave del mar,

tu cuerpo sobre la arena

y un mundo de claridad.

Tú me enseñaste la estrofa

eterna del verbo amar,

en tus labios que se abrían

una sed quise colmar,

la sed de amor que es la vida,

la sed de ser un mortal.

Yo no preciso más besos

que aquéllos que tú me das,

ni más cuerpos en la noche

que el tuyo en la oscuridad.

A tu lado he comprendido

lo que no quise aceptar,

que todos somos un barco

siempre próximo a encallar,

y yo no quiero más playas

que me aguarden al final,

que el contorno de tu cuerpo

y tus ojos en mi faz.

Versos de otros tiemposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora