CLVIII

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No te prometí la luna,

ni te hablé de maravillas,

sólo te conté que soy

en el mundo una semilla.

Tengo una carga de siglos,

testigo de tantas vidas,

vengo desde el primer hombre

buscando una dulce orilla,

un lugar donde se pasen

lentos y largos los días,

un lugar donde olvidar

que la muerte se aproxima,

que la belleza que adoro

ha de tornarse cenizas,

que vivimos condenados

desde la primera herida.

Y es que sólo tú, mujer,

haces que olvide la cita,

la que concerté al nacer

cuando yo no lo sabía,

sólo tu cuerpo me salva,

en medio de la agonía,

de los pensamientos grises

que llegan al mediodía,

y no hay más eternidad

que tu sangre con la mía.

Versos de otros tiemposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora