La noticia desencadenó un mar de lágrimas en la pequeña choza, envuelta en un manto de pesadumbre y tinieblas sobrevenidas por la llegada de la noche. Egil, mi hermano, sostuvo en sus brazos a la hoja tambaleante que se había convertido mi madre. Por sus tiernos aunque rudos gestos, pude apreciar que quería, más no sabía cómo apaciguar el llanto de una madre la cual acababa de recibir la noticia de la muerte de dos de sus hijos.
—Hoy descansan en el Valhalla y festejan con Odín las batallas ganadas.— La cascada voz de mi abuela rompió el lloriqueo que había inundado, lúgubre, la estancia.
—Lo sé, solo hubiera deseado haber pasado más tiempo con ellos.— Rebatió, limpiando las lágrimas de su rostro con sus propios dedos.
—Partiremos mañana.— Egil se giró hacia mí, asentí y bajé la cabeza hacia mis manos entrelazadas sobre mi regazo.— Es un largo viaje hasta Kattegat.
—Os prepararé la comida para el trayecto.— Mi madre se levantó con fuerzas, quizás para levantar su ánimo caído y su corazón roto por la pérdida. En poco tiempo, había conocido la noticia de que sus dos primeros hijos habían muerto en combate y que su hija iba a mudarse de la granja. Sin embargo, era una mujer fuerte y no podía, ni quería, descuidar ni un momento las tareas domésticas.
—Nuestro padre tiene ganas de verte.— Me habló Egil mientras inspeccionaba con detenimiento la estancia. Él también vivió aquí, pero al igual que mis otros hermanos varones, se mudó a Kattegat con corta edad. Le recordaba siendo un niño y había cambiado tanto que nunca le habría reconocido.
—Será difícil abandonar la granja.— Tenía una congoja que me oprimía el pecho. No quería irme, no así de repente. Deseaba vivir con mis hermanos pequeños, cuidar de ellos y de la casa, alimentar a los animales y cultivar las tierras.
—Padre te necesita allí. No tardarás en acostumbrarte.
Alcé la mirada para encontrarme con sus ojos azules, claros como una gota de agua iluminada por un rayo de sol. Me regaló una sonrisa cálida y pensé, con cierto optimismo, en la vida que me esperaba en Kattegat.
A la hora de la cena nuestra madre sirvió pata de cerdo junto con nabos, cebollas y alguna que otra baya. Quería lucirse frente a Egil, y él se lo agradeció. Mis hermanas pequeñas bromeaban con el invitado, al cual nunca habían conocido, y el más pequeño de todos devoraba la comida con gula. La abuela, en cambio, me miraba sin tregua, como si quisiera guardar en su memoria las últimas imágenes de la mayor de sus nietas.
Al día siguiente un caballo me estaba esperando, alto, fuerte y reluciente. La despedida fue corta pero intensa, plagada de promesas que deseaba cumplir con todas mis fuerzas.
—Volveré a verte, madre.— Juré con sus manos entre las mías. Sus ojos se achinaron al sonreír y varias arrugas adornaron los pliegues de su boca.— Os echaré de menos.
—¡Vuelve pronto!— Exigió la pequeña de mis hermanas, agarrada a las faldas de mi abuela. Asentí fervientemente y subí al caballo con el que emprendería un largo viaje de dos días hasta la ciudad.
Con un golpe de talón en el costado del animal comenzamos nuestro viaje, siguiendo de cerca al rocín de Egil y dejando atrás una choza y cinco personas que hasta ahora habían formado parte de todos mis días.
***
La ciudad de Kattegat se extendía ante mis ojos, desde luego una ciudad comercial y con mucha población. Egil y yo nos íbamos abriendo paso entre los transeúntes, erigiéndonos en nuestros caballos. El mío iba llamando la atención de los presentes, por su espectacular belleza y altura. Acaricié su crin orgullosa.
—Ese es el Gran Salón.— Me informó Egil, cuando pasábamos frente a una gran estructura de madera. Estaba a unos veinte metros, pero se veía majestuosa.— Allí vive el rey con su familia.
Reposé mi mirada con más detenimiento, percatándome de dos hombres que estaban en la entrada. Uno de ellos era moreno, con una larguísima cabellera morena atada en una cola. El otro estaba sentado sobre un poste, con el pelo oscuro trenzado hacia atrás y con el divertido entretenimiento de lanzar un hacha hacia arriba. Al sentir su mirada directamente en mí aparté la mirada y continué el camino hasta llegar a la que sería mi casa.
—¡Astryr!— Mi padre salió a recibirnos y una sonrisa ensanchó su boca. Abracé su cuerpo por primera vez en mucho tiempo y dudé si era la misma persona a la que solía llamar "papá". Había pasado mucho tiempo y todo en él había cambiado: su barba, su pelo, su piel... La edad lo teñía de gris.— ¿Cómo os ha ido el viaje?
—Sin ningún altercado.— Respondió Egil mientras ataba a los caballos y buscaba algo de pienso para ofrecerles.
—Estás hecha toda una mujer, hija.
—Todos hemos cambiado mucho.— Sonreí con gratitud.
—Pronto tendremos que buscarte marido.— Dijo con gracejo, poniendo especial atención al abrigo con capucha que cubría mi cabello. Las mujeres solteras no solíamos ocultarlo, pero el frío en la ciudad era más de lo que podía soportar.— ¡Axe! ¡Ven a ver a tu hermana!
Segundos después salió de la casa otro de mis hermanos, un hombre alto y fuerte, con barba rubia trenzada y adornada con abalorios. No lo recordaba, apenas creería que era mi hermano.
—Bienvenida, hermanita.— Sus ojos me auscultaron de arriba abajo.— ¡Cuánto has cambiado, eh!
—Podría decir lo mismo, pero apenas me acuerdo.— Reí intentando ocultar mi incomodidad. ¡Por los dioses, eran mis hermanos, no debería sentirme así!
—Entra hija, o te quedarás helada.
Mi padre me enseñó la casa donde vivían, era pequeña pero acomodada. Dejé mis pocas pertenencias al lado de la cama que usaría, junto a la de mis hermanos, y me acordé de la familia que había dejado en la granja.
[Narrador Externo]
—Podrían tener algo, ella es guapa. ¿Por qué no?— Hablaba Ubbe antes de llevarse el cuerno a los labios y tragar un sorbo de su contenido.
—¡Porque es una esclava!— Exclamó Ivar entre risas, con la mirada fija en su hermano Hvitserk y la joven esclava con la que últimamente pasaba el rato.
—Podría liberarla.
—Oh, vamos, Ubbe...—Volvió a reír, pero esta vez su mirada alcanzó un nuevo objetivo. La plaza estaba siendo cruzada por dos jinetes, un hombre a la cabeza y una mujer detrás, cubierta por un abrigo azul claro hasta la cabeza. Sus miradas se encontraron por unos segundos.— ¿Quién es ella?
—¿A quién le importa?
—A mí me importa.
—Vamos para dentro, aquí hace un frío insoportable.— Ubbe se adueñó del hacha de su hermano, su juguete favorito, y entró en el Gran Salón sin ser consciente de que la mirada de Ivar, ahora perdida, se había quedado en el recuerdo de aquella jinete desconocida.
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El palacio del sufrimiento // Ivar The Boneless
FanfictionY te quiero a rabiar Pero sabes que hay un infierno dentro de mi cabeza No te dejes llevar Lucharé contra las fieras No te dejes llevar Tengo el corazón a medias ¿No te dije que me llenas? [Créditos: Hoy es el día - Lionware] Finalista Premios Watty...