6 - Suave

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Sus ojos me miraban como si no se creyera que estuviera ahí, como si fuera la última persona que esperaba ver aparecer en aquella lúgubre y solitaria habitación. Su aspecto había mejorado en comparación a la última vez, mas aún podía sentir el dolor que se propagaba por su pierna y tensaba cada uno de sus músculos.

-¿Cómo te encuentras?- Me acerqué a la cama con las manos enlazadas hacia delante. Con sutileza eché una mirada en derredor, asegurándome de que no había ningún sirviente junto a nosotros.

-Estoy bien... Ahora.

Enarbolé una sonrisa y estiré la mano cuidadosamente hasta apoyarla en su frente. Él se contrajo ante el roce, aunque en el momento se recuperó.

-Lo siento, tengo las manos frías.- Me disculpé, retirándola aceleradamente.

-No lo sientas, tengo tanto calor que creo que es lo único que necesito.

-No tienes fiebre, pero es verdad que hace mucho calor aquí dentro.

Le di la espalda y me dirigí hacia la chimenea, la cual seguramente no había dejado de arder desde hacía días. Tomándome la libertad de hacerlo, apagué el fuego y destapé una de las ventanas para ventilar la habitación. Mi madre decía que era tan importante ventilar como curar la herida per se.

-Te voy a cambiar las sábanas, ¿vale?- Le avisé, volviendo a acercarme a un lado de la cama.- Voy a necesitar un poco de ayuda.

-¿Es necesario?- Inquirió, reacio al cambio o simplemente a tener que moverse.

-Te sentirás mucho mejor.- Le aseguré con una sonrisa.- Agárrate a mí e intenta levantarte unos centímetros, pero mantén la pierna recta y no la muevas.

Dirigí su brazo izquierdo alrededor de mis hombros, sirviéndole como apoyo para elevarse lo suficiente, de tal modo que yo pude apartar las sábanas de debajo de él. Ivar gruñó por lo bajo, justo en mi oído, y una corriente eléctrica me sacudió de arriba abajo. Con cuidado, le volví a posar en la cama y él retiró su brazo sobre mí lentamente. Noté todo el calor que él había sentido estos días en mis mejillas, al encontrarme con su mirada. Tenía unos ojos grandes y brillantes, pero sobre todo expresivos, como si pudiera hablar con ellos. De pronto, quitó la mirada y el hechizo en el que me había vuelto inmersa en los últimos segundos desapareció.

Avergonzada, busqué unas sábanas nuevas que estaban colocadas en unas estanterías y comencé a extenderlas.

-¿De dónde eres? Nunca te había visto en Kattegat.- Preguntó de repente.

-No creo que hayas visto a todas las personas de Kattegat.- Respondí burlesca, como si de alguna manera quisiera resarcirme del momento en el que quedé totalmente atrapada por sus ojos celestes.

-Cierto, pero si te hubiera visto a ti te recordaría.- Dijo serio. A decir verdad siempre tenía esa expresión seria y esa mirada tan fija.

-Permíteme ponerlo en duda.- Solté una risita mientras me ocupaba de meter las sábanas por debajo de la colcha, en la parte de abajo. Lo hacía con sumo cuidado para no mover demasiado el colchón y no causarle más dolor del que seguramente ya tenía en la pierna.

-No te lo permito. Recuerdo perfectamente la primera vez que te vi, subida en aquel caballo alto y oscuro.- Alcé mi mirada en su dirección para esta vez encontrar un atisbo de sonrisa en sus labios. Casi me atrevería a decir que era una sonrisa juguetona.

-Veo que tienes buena memoria.- Me erguí y volví a su lado para terminar de poner las sábanas. Ivar pasó su brazo por mis hombros y una vez más repitió el ejercicio.

-Sólo para lo que me importa.- Sentenció en un murmullo. Fueron vanos los esfuerzos en ocultar una sonrisa, aunque al ver la suya se me ensanchó aún más. Ni siquiera había separado los labios, pero me había afectado igual que si acabara de ver el sol directamente.

-Astryr, ¿todo bien? ¿O mi hermano te está molestando demasiado?

La voz de Hvitserk nos sacó del momento, haciendo que me alejara de la cama con una rapidez sorprendente. La sonrisa de Ivar se ensanchó al ver a su hermano, aunque parecía una sonrisa divertida más que otra cosa.

-No, nada de eso.- Reí con nerviosismo.

-La estaba torturando, hermano. ¿Venías a unirte al espectáculo?- Arremetió Ivar, provocando en Hvitserk una carcajada.

-Ven, Astryr, te acompaño a la salida.

Hvitserk me agarró ligeramente del brazo, dirigiéndome hacia fuera. Torciendo el cuello, logré captar una última mirada suya y esbocé una sonrisa con la que pretendía trasmitirle tranquilidad, pues podía notar que la presencia de su hermano y su acto de autoridad al sacarme de allí le había alterado.

-Deberías agradecer que he sido yo el que ha entrado ahí, y no mi hermano Ubbe.- Murmuró una vez habíamos salido de la habitación. Le miré inquisitiva.

-No estaba pasando nada...- No me dejó terminar la frase, aunque tampoco tenía muy claro qué decir.

-No lo hagas, no te enamores de él. Créeme, aunque ahora le veas convaleciente... Lo único que sabe o puede hacer es daño.

Hvitserk soltó su agarre de mi brazo y se alejó, dejándome clavada y helada en el sitio. Sus palabras me habían sentado como ráfagas de viento y todavía me costaba procesarlas.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora