12 - Abstracción

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Ivar era una bomba de relojería en todos los aspectos que uno pudiera imaginar. En cualquier momento podían dominarle las inseguridades y con ellas la rabia y el desprecio. Por eso, cuidaba cada palabra, cada movimiento y cada gesto.

—¿Por qué te quieres quedar...? ¿Conmigo?— Susurró la última palabra con vergüenza, apartando la mirada hacia sus piernas tullidas.

Me levanté del suelo con las rodillas adoloridas y me senté a su lado en la cama.

No sabía cómo responderle, porque ni yo misma lo entendía. Simplemente quería cuidarle, protegerle de sí mismo, porque esa noche no había nadie tan en peligro como él en una habitación a solas.

—Porque quiero, Ivar. Porque no deseo estar en ningún otro lugar más que aquí.

Giró la cabeza y me miró, como si quisiera asegurarse de la certeza de mis palabras. Evaluó cada centímetro de mi rostro en busca de una prueba de lo contrario, algo que avalara su teoría de que estaba mintiendo y que había razones ulteriores que explicaran mi presencia ahí.

—Necesito... estar aquí.— Musité a la vez que recorría con mis dedos sus facciones. Él parecía tan indefenso y vulnerable.

—Mientes.— Gimió, frunciendo el ceño con desconfianza pero sin rechazar la aproximación que yo había iniciado.

—No lo hago. Por favor, créeme.— Dije en un intento de que se valorara a sí mismo, de que entendiera lo que yo quería.

—Demúestralo. Demuestra que quieres quedarte.

Sostuve su mejilla en mi mano, el corazón me latía con fuerza y su mirada me absorbía. Pero entonces me armé de valor y me incliné para besarle. Sus labios eran suaves, ligeramente fríos. Apenas fue un roce, pero noté cómo había liberado en él la tensión acumulada. Al separarme, sus ojos continuaron cerrados un par de segundos más y después me dieron esa mirada, como miraría alguien que es capaz de ver por primera vez.

Entonces volví a besarle, esta vez entreabriendo los labios para permitirle el paso

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Entonces volví a besarle, esta vez entreabriendo los labios para permitirle el paso. Me llenó la boca su humedad caliente y provocadora, un sabor tan indescriptible como inolvidable. Y en ese momento comprendí muchas cosas, las razones que siempre me hacían querer estar junto a él o saber de él. Entendí que habíamos cruzado la línea y ya nunca podríamos negar lo que sentíamos.

Ivar apretó con sus manos mis caderas haciéndome estremecer, comportándose como un animal ciego de hambre. Pero cuando me miraba, más que deseo, veía admiración. La forma en que me miraba me volvía completamente demente.

—Assa...— Movió la cabeza ligeramente, como si negara mi nombre.— ¿Qué estás haciendo conmigo?

Sonreí con diversión e inocencia. Ni siquiera yo entendía todo esto, me sentía como una niña intentando comprender el mundo. Él estaba perdido también, y sé que no podía mantener su cabeza en silencio, buscaba con desesperación una respuesta a sus sentimientos.

—Quédate esta noche, Assa.

—Claro.— Asentí con rotundidad y con una expresión alegre. Porque me alegraba que por fin verbalizara lo que yo sabía que quería.

Me levanté de la cama para disponerme a quitar los enganches y amarres de sus piernas, pero Ivar debió interpretar otra cosa porque me miró con autentico miedo y confusión.

—¿A dónde vas?— Inquirió rápidamente.

—A quitarte esto, no creo que sea muy cómodo dormir con ello.— Reí ligeramente mientras me agachaba y él suspiraba con alivio.

Le quité las telas y cuerdas que mantenían sus piernas en una extraña y poco confortable rigidez. Después, le ayudé a desvestirse hasta quedarse con una camisa y unos pantalones ligeros.

Nos tumbamos en la cama en silencio, uno frente a otro. De pronto, Ivar esbozó una sonrisa que significó el mundo para mí y me atrajo hacia su cuerpo, hasta quedar mi cabeza sobre su pecho. Noté que nuestros corazones latían al mismo tiempo, rápido, con emoción contenida en cada uno de los latidos. Y así nos fuimos quedando dormidos, hasta que lo único que quedó fueron respiraciones ligeras en una noche que apaciguaba después de la tormenta.

[Narrador Externo]

El cansancio podía con uno y el trabajo levantaba al otro. Astryr no podía permitirse pasar más tiempo en aquella cama, por mucho que lo deseara. Se inclinó sobre él para dejar un beso en su frente y salió del Gran Salón, escondida en su capa esperando no encontrarse con nadie en esas circunstancias.

Horas después, Ivar despertó de un sueño profundo y reparador. Pero su sonrisa se desvaneció al encontrarse solo en la cama, sin prueba alguna de que ella hubiera estado allí alguna vez.

—Margreth.— Le dijo a su esclava cuando ésta entró en la habitación para dejar unas mantas.— ¿Dónde está ella?

—¿Quién?

—Astryr. ¿Dónde está?— Preguntó con una mano en el lado donde ella había dormido.

—Está en el Mercado, donde trabaja. Lleva allí desde primera hora de la mañana.

Ivar frunció el ceño.

—¿Pero cuándo se fue? No me di cuenta...— Dijo para sí mismo, enfadado por no haberse percatado antes de su ausencia.

—Cuando se fueron todos.— Ella ocultó su risa, haciendo que a Ivar le hirviera la sangre. Era una esclava, ¿cómo se atrevía a burlarse de él?

—Ella estuvo conmigo por la noche, ¡lo sé bien!— Gruñó, cansado de esa mujer que se reía de él.

—No lo pongo en duda, señor. Es normal que alguien ayude a otra persona si la encuentra mal, al final y al cabo eso es lo que ella hace, ¿no? Cura heridas y levanta el ánimo de sus pacientes.

Margreth sonrió y salió de la habitación, dejando a Ivar con una expresión de inexplicable desolación.

De pronto, el sentimiento de la soledad le azotó con fuerza. Se sentía más solo que nunca. Amaneció buscando a alguien que ya no estaba, que solo había pasado la noche con él por pena y por altruismo. Se sentía ridículo reclamando a alguien que no le pertenecía o ansiando algo que jamás tuvo el significado que él le otorgó.

Hvitserk tenía razón, nunca dejaría de hacer el ridículo.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora