120 - Mente y cuerpo

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Einar celebraba su sexta primavera estrenando una pequeña espada de hierro forjado y de punta redonda, adornada con cuero en la empuñadura y con diferentes runas a lo largo de la hoja. El pequeño príncipe se había quedado fascinado con su regalo y lo lucía con orgullo por toda la ciudad. Aunque el arma estaba adecuada a su tamaño, tenía una decoración simbólica de prestigio y riqueza, lo que la hacía especial al resto de espadas. Ivar se había obcecado en regalarle una, pero mi férrea oposición no fue suficiente para detenerle. Así que desde entonces me pasaba el día detrás de mi hijo advirtiéndole de tener mucho cuidado y no usarla nunca sin la vigilancia de Ivar o la mía. No obstante, poco caso me hacía, pues la fascinación que le tenía a la espada y su hiperactividad iban más allá de la obediencia que me debía.

Dejando eso a un lado, no eran pocas las veces que su forma de ser me hacía recordar a Ubbe y especialmente a una de las últimas conversaciones que tuvimos. El hecho de que él fuese el padre de Einar era un secreto que guardaba bajo llave y con candado. Jamás lo había mencionado en alto con nadie y me daba miedo hasta pensarlo. Reconocía que una parte de mí intentaba ignorar la verdad y regocijarse en la idea de que éramos una familia normal y corriente. Pero solo era una falsa ilusión y la verdad era que nunca había podido engendrar un hijo con Ivar. Esa era la realidad y era mucho más dolorosa de lo que nadie podría entender.

—¡Hvitserk!— Le llamé al verle entrar en el Gran Salón. Por su aspecto andrajoso y el hacha que colgaba de su mano me aventuraba a predecir dónde había estado. Él me miró y se acercó unos pasos hacia el trono donde estaba sentada.— ¿Vienes de entrenar?

—Sí, acabo de llegar. Iba a darme un baño, ¿necesitas algo?

—No, solo quería saber si estabas con Ivar. Lleva sin pasar por casa todo el día y hoy tenemos una cena importante.

—Le he visto en el campo de entrenamiento, pero no he estado mucho con él. Supongo que seguirá ahí.

—Vale, gracias Hvitserk. Iré a buscarle.

Él asintió con una sonrisa de labios fruncidos y se dirigió hacia su alcoba. Entretanto, me puse una túnica por los hombros y salí en dirección al campo de entrenamiento.

Hacía un mes que Ivar había vuelto de un pequeño saqueo en el norte de Suecia y desde entonces había tenido un comportamiento extraño. Pero lo peor había empezado hace dos semanas con él yéndose de madrugada a entrenar y volviendo a casa al anochecer. Durante todo este tiempo podía ver cómo su obsesión por entrenar iba aumentado, así como las molestias en sus piernas. Pero él no decía nada ni tampoco se quejaba, simplemente evadía el tema y me prometía estar bien, cuando en el fondo yo sabía que no era así. Sin embargo, esta vez no le dejaría pasar las excusas, sino que iba a tener una conversación seria y necesaria acerca de sus escapadas constantes.

Caminé un rato por caminos de piedras sueltas y ocasionales recientos de fango, agarrando ambos lados de mi vestido para evitar que se manchara o que me tropezara. Poco después empecé a escuchar el sonido de las espadas chocando y las flechas volando, todo ello acompañado de la voz de mi marido gritando a todo el mundo. Apoyé el pie en un canto rodado y por poco me resbalo, pero conseguí mantener el equilibrio y llegar a la explanada donde se encontraban decenas de guerreros entrenando. Visualicé rápidamente a Ivar y me dirigí hacia él, abriéndome paso entre los hombres y mujeres que se sorprendían al verme allí. Normalmente no solía subir hasta aquí, sino que prefería entrenar en la playa o en el bosque.

—Mi amor, ¿qué haces aquí?— Su tono de voz se endulzó al referirse a mí, lo que resultó un gran contraste con los gritos que hace segundos atrás estaba pegando.

—Debería preguntarte lo mismo. No te he visto en todo el día, ni siquiera has venido a comer. ¿Dónde has estado?— Inquirí con más severidad de la que pretendía. La subida de la colina me había agotado.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora