109 - Líneas paralelas

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Encontré a Hvitserk no muy lejos de la gran cabaña, cerca de un huerto de considerables extensiones en el que se cultivaban alimentos como frutas y hortalizas. Se había llevado con él a los hijos de Ubbe, y eran éstos los que le enseñaban el nombre de cada planta. Debía reconocer que aquellos dos niños eran extremadamente dulces y educados, aunque físicamente se parecían más a la madre que a Ubbe. En el fondo de mi corazón, siempre supe que sería un buen padre y estaba claro que no me había equivocado.

—Hvitserk, me buscabas, ¿no?— Llamé su atención y él se giró rápidamente. Los niños corrieron hacia su padre, quien me había acompañado hasta allí.

—Sí, deberíamos hablar sobre lo próximo que vamos a hacer. Nuestros hombres están preguntando y me gustaría saber qué responderles. ¿Piensas quedarte mucho más tiempo?

—De hecho, no. Tenemos que volver lo antes posible, tengo un mal presentimiento respecto a Kattegat.— Hvitserk frunció el entrecejo y se tensó.

—¿Por qué?

—Viggo no es quien dice ser, y fue él quien nos metió tanta prisa por hacer este viaje. No entiendo el por qué, pero Ivar tenía razón, no es de fiar.

—Pero, ¿tú no le conocías?— Le preguntó a su hermano, con tanta confusión como la nuestra.

—No puedo decir que no hubiera estado aquí, pero desde luego no era cercano a mí. Ese hombre tenía razones para traeros hasta aquí, aunque dudo mucho que fueran altruistas.

—Pero él nos dijo que este asentamiento estaba en peligro y así es.— Dijo, intentando buscarle sentido a todo esto.

—Eso es verdad, pero el peligro no es tan inminente como él nos hizo pensar. Hvitserk, piénsalo, hay algo que no cuadra. ¿Por qué nos ha mandado a este viaje de una forma tan repentina? ¿Por qué él se ha quedado en Kattegat? Ya sé que Ivar prefería tenerle allí, pero tampoco se opuso a la idea. De haber sido así, yo habría intervenido y ahora estaría aquí con nosotros. Pero no, parecía que quedarse era justo lo que quería.

Hvitserk se pasó las manos por la cara con auténtica frustración, moviéndose de un lado a otro de forma patosa. Ubbe y yo nos mirábamos con consternación, pues éramos los que realmente nos dábamos cuenta de que había algo muy feo en toda esta historia.

—Entonces, ¿Ivar tenía razón? ¿Podrían estar en peligro?— Suspiró, dejando caer los brazos a sus costados.— ¡Juro que como ese cabrón toque a mi hija o a mi mujer...!

—Ey, ey...— Ubbe acortó distancias y le agarró de los hombros.— No tiene razones para hacer algo así. Nadie tiene por qué salir herido si nosotros llegamos a tiempo para evitarlo.

—¿Qué te hace pensar que no lo ha hecho ya? ¡Hace semanas que nos fuimos!

—Lo único que nos queda es la esperanza, así que no la perdamos.— Hablé con una voz más calmada y segura. Por primera vez en este tiempo me sentía una reina de nuevo, me sentí con poder para cambiar las cosas.— Daremos el aviso a nuestros hombres y pasado mañana tendremos todo preparado para salir de aquí, ¿vale? Habremos vuelto a Kattegat antes de darnos cuenta.

—¿Y tú?— Le preguntó a su hermano, quien dio un paso hacia atrás y bajó la mirada al suelo. Ni siquiera yo sabía qué iba a hacer Ubbe y, aunque le necesitara con nosotros, tampoco le podía juzgar si decidía quedarse a proteger lo que era suyo.

—Iré con vosotros. Este asentamiento está condenado a morir y estoy seguro de que nos atacarán en cuanto vuestro ejército se vaya. Como dicen los dioses, sólo hay que pelear cuando tienes posibilidades de ganar y aquí no las tenemos.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora